"Por ejemplo, creemos que vencer en el combate espiritual significa librarnos de todos nuestros defectos, no sucumbir nunca a la tentación y dar fin a nuestras debilidades y nuestros fallos. Pero, ¡si en ese terreno somos vencidos inexorablemente! ¿Quién puede pretender no caer jamás? Ciertamente, eso no es lo que Dios exige de nosotros, pues Él conoce de qué hemos sido hechos, se acuerda de que no somos más que polvo (sal 102)
Por el contrario, el auténtico combate espiritual, más que la lucha por una victoria definitiva o por una infalibilidad totalmente fuera de nuestro alcance, consiste sobre todo en aprender a aceptar nuestros ocasionales fallos sin desanimarnos, a no perder la paz del corazón cuando caemos lamentablemente, a no entristecernos en exceso por nuestras derrotas y a saber aprovechar nuestros fracasos para saltar más arriba... Eso es siempre posible, a condición de que no nos angustiemos y conservemos la paz.
Podríamos, pues enunciar razonablemente este principio: el objeto fundamental del combate espiritual, hacia el que debe tender prioritariamente nuestro esfuerzo, no es conseguir siempre la victoria (sobre nuestras tentaciones o nuestras debilidades), sino, más bien, aprender a conservar la paz del corazón en cualquier circunstancia, incluso en caso de derrota.
Sólo así podremos alcanzar el otro objetivo, que consiste en la eliminación de nuestras caídas, defectos, imperfecciones y pecados. Debemos aspirar a esta victoria y desearla, pero siendo conscientes de que no la obtendremos gracias a nuestras fuerzas, y por lo tanto, que no hemos de pretender alcanzarla inmediatamente. Sólo la gracia de Dios nos conseguirá la victoria, gracia cuya acción será más poderosa y eficaz siempre que mantengamos nuestro interior en la paz y el abandono confiado en las manos de nuestro Padre del Cielo".
Tomado de La paz interior, Jacques Philippe. Capítulo 1 No 4. Pag. 18. Ed Patmos.
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