lunes, 16 de enero de 2012

La Vida Monástica

Son alegría, sencillez, candor, pureza, generosidad, fe…, mucha fe… Lo que menos les interesa es ser valoradas por el mundo. Pero, sin buscarlo, brillan y quien accidentalmente es testigo ocular de ese resplandor no puede dejar de contar lo visto y oído… Su vida es capaz de interpelar a todo un planeta en otra dirección. Ellas, al ingresar soberanamente libres al convento (del que sólo saldrán si una enfermedad les lleva al hospital o si les anuncian un traslado permanente a otro convento) se separaron del mundo y de sus vanidades, sufrieron la lejanía física de sus seres queridos, se despidieron de los amigos y amigas, renunciaron al amor de un esposo y de unos hijos… Para unirse al Esposo y dar su vida en rescate de todo ser humano. Para dedicarse por entero a un Dios que no ven con retinas humanas pero que abrazan todos los días con la fe: ese regalo divino que ve lo que el ojo más preciso no registra y que escucha lo que el oído más agudo no percibe… Ellas son un tesoro de la Iglesia. Son las monjas de clausura…

¡Qué valentía detrás de cada una de estas jóvenes y ancianas! Y, si les preguntas, te dirán que no, que no es valentía, que Alguien las llamó y que a pesar de sentirse indignas de la invitación respondieron con temblor que sí y que no se arrepienten y que mueren porque no mueren y otras cosas por el estilo que sonarán a los inquilinos del siglo XXI a locura a escándalo y a insensatez…

Todas visten el mismo hábito pero cada hermana es una historia muy personal que se ha convertido en sagrada en cuanto que forma parte ya de la Historia de la Salvación. Algunas son jóvenes, otras apenas pueden moverse tras una larga vida dedicada en cuerpo y alma a desgastarse por amor a su Señor, lejos de los ojos del mundo… Y en todas ellas late un corazón siempre nuevo, siempre fresco.

Ellas creen en la oración, en el sacrificio, en el rosario de María, en el trabajo, en el silencio, creen en la paz, creen en el valor de cada ser humano, creen en el Señor de la Historia. Y, sin salir de unos muros, sin sentarse en un curul parlamentario, sin dirigir ninguna empresa, sin presentar exámenes para adjudicarse algún buen puesto, sin administrar ningún hospital, sin construir ninguna autopista… sufren con el mundo, se acongojan de sus miserias, se alegran de sus triunfos…. y lo curan, lo construyen, lo transforman… Misteriosamente… Y lo misterioso no es antónimo de lo real.

Mientras el mundo se esfuerza por acumular riqueza, ellas atesoran pobreza y sacrificio. Mientras muchos luchan desesperadamente por liberarse de toda autoridad, ellas se sujetan libremente a la Madre Superiora porque la ven como instrumento del querer de Dios. Mientras generaciones enteras liberalizan las costumbres y la moral, ellas prometen virginidad y dedicación absoluta a Cristo por el resto de su vida, a ese Cristo presente también en cada uno de nosotros.

¿Quién puede dejar de sentirse interpelado? ¿Quién no queda sanamente confundido ante tan insólito modo de vida?

Visítalas. Encuéntrate con ellas. ¿Por qué no? Ellas reciben a quien toca su puerta. Quizá te des cuenta de que todas esas cosas que para ti son rarezas resulta que a ellas les conducen a una realización plena. Tal vez seas testigo ocular de una felicidad que no podrás explicar: su sonrisa no es falsa, su candor no es de este mundo, su felicidad no es pasajera...

La visita duró unos minutos. El locutorio se cerró, salí al mundo con un trozo de su cielo en los bolsillos y en el corazón. Ellas se quedaron ahí, con sus verduras, con su huerto, con su oración, con su misión de salvar al mundo entero… A solas con Cristo…

Marcela García Cardona