Qué fácil es hablar de la oración pero qué difícil es hacerla bien. Siempre estamos escuchando que debemos orar y poner todo en manos de Dios, pero, ¿cómo logramos eso?
Lo primero que debemos tener en cuenta es que NO SABEMOS ORAR. Es fundamental tener la humildad suficiente para reconocer que no sabemos mucho al respecto y que tenemos que recurrir a los que sí saben para que nos ayuden.
En segundo lugar, es necesario practicar todos los días de una manera constante e intensa. Una de las grandes tentaciones que se tiene en la vida de oración es creer que se está haciendo bien la oración simplemente por hacerla, sin importarnos la cálida de ésta.
Teresa de Jesús decía que la oración es hablar de amor con aquel que sabemos que nos ama, pero, ¿cómo hablar con alguien que sensiblemente no nos responde (en la mayoría de los casos)? para entender esto necesitamos saber que Dios no habla con palabras humanas, es más, Dios no usa palabras. Dios habla al corazón por medio de un lenguaje diferente, Dios habla el lenguaje del alma. Pero el lenguaje del alma no es por medio de un sistema fonético o de símbolos sino que podríamos denominarlo como "lenguaje de luz". No me refiero aquí al concepto Nueva Era sino al concepto cristiano de iluminación, algo así como aquella iluminación de la que hablaba San Agustín.
El lenguaje de Dios es una serie de luces que guían el camino de las almas. Cada influjo de luz es una respuesta. Cada "rayo de luz" es una "palabra".
Entonces, ¿de qué sirve hablar con alguien que no habla nuestra lengua? pues la verdad es que nuestra alma sí capta y entiende el lenguaje de Dios, entonces lo que debemos hacer, primero que todo, es pedirle. Dios ayuda para poder escucharlo, es decir, para poder entender lo que Él nos dice.
Cuando oramos estamos ante la presencia de Dios y somos escuchados por Él. El alma alcanza a "oír" sus "palabras" y por medio de la gracia encontramos fuerzas suficientes y respuestas concretas para actuar.
La gracia de Dios, es decir, el lenguaje de las almas, penetra lo profundo de nuestro ser y lo transforma lentamente.
Esta es la razón por la cual cuando vamos a orar al Santísimo y pensamos que no hemos aprovechado el tiempo o que no hemos logrado cosechar nada, vemos cómo el alma se siente tranquila y serena.
Si la oración fuera un monologo de Dios o nuestro no tendría sentido, pero la verdad es que es un diálogo profundo entre Dios y nosotros.
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