sábado, 7 de mayo de 2011

Cuando Dios llama... llama y nadie lo podrá impedir.


"Toda la autoridad divina fue menester para que la Santa aceptase el sublime encargo que le confiaba. "Ay, Dios mío" -exclamaba-, yo conozco mi flaqueza, temo haceros traición y que vuestros dones no estén seguros en mis manos. ¡Oh único amor mío! ¿Por qué no me dejáis en el camino ordinario de las hijas de Santa María? ¿Me habréis traído por ventura a esta casa para perderme? Dad esas gracias preciosas a las almas queridas que corresponderán mejor que yo, yo que no hago más que resistiros. Yo sólo quiero vuestro amor y vuestra cruz; esto me basta para ser buena religiosa, tal es mi único deseo".
El divino Salvador le respondió: "Estoy conforme, hija mía; entremos en campo y veremos quién consigue la victoria, si el Creador o la criatura, la fortaleza o la flaqueza, el Todopoderoso o la impotencia; pero el que venza, vencerá para siempre". "Estas palabras -añade- me causaron grandísima confusión. Después me dijo: "Sábete que yo no me doy por ofendido con la guerra que me haces por obediencia, por la cual di Yo mi vida; pero quiero entiendas que soy el dueño absoluto de mis dones y de mis criaturas, y que por ningún respeto dejaré Yo de llevar hasta el cabo mis intentos".

Extraído del libro: Mes del Sagrado Corazón, extractos de los escritos de S. Margaríta María de Alacoque. Ed. Mensajero.

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