¿Cómo es el amor de Dios? Podríamos decir que es infinito, grande, incondicional, perfecto, eterno, etc. Pero, ¿qué hay de cierto en esto? Pues la verdad es que son unas pequeñas aproximaciones a lo que en realidad es. El amor de Dios se sale de todas nuestras concepciones y esquemas. El amor de Dios es tan grande como el misterio de la Santísima Trinidad y jamás podrá entrar en nuestra cabeza, pero si podrá entrar en nuestro corazón, ¿por qué? Ya lo voy a explicar.
Nuestra razón es algo grandísimo. Dios nos ha dotado de un entendimiento fenomenal e impresionante, pero a la vez limitado. Nuestra mente está dotada de unas capacidades enormes y podemos comprender cosas que los demás seres de la naturaleza no pueden ni siquiera percibir.
El Buen Dios también nos equipó con un corazón, y acá no me refiero al músculo que bombea la sangre al cuerpo, sino aquella capacidad de amar, de sufrir, de sentir, de querer, de sacrificarse, de buscar, etc. Este es el corazón del cual constantemente hablamos. ¿Y qué características tiene este corazón? Entre muchas, la más destacada es esta: es un corazón con un agujero infinito. Jamás podrá ser llenado por nada de este mundo, sólo una fuente infinita podrá saciarlo, llenarlo, calmarlo.
Entonces, retomando un poco la idea, la razón es limitada, el corazón es ilimitado. La razón nos ayuda a comprender muchas cosas, pero se queda corta a la hora de los grandes misterios y las grandes manifestaciones de Dios. Por el contrario, el corazón es infinito, es como un agujero negro que todo lo consume a su paso y entre más come más hambre tiene. Este corazón sólo puede ser saciado por la infinidad del Buen Dios. Como decía Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Entonces para encontrarnos con el Buen Dios es necesario pasar de la razón al corazón.
¿Y entonces qué podremos hacer para llenar aquel corazón infinito? Fácil. Recurramos a la Inmaculada. ¿A la Inmaculada? ¿y por qué no recurrimos mejor al Buen Dios que es infinito? La respuesta la tiene el mismo Dios, pero se necesita fe. Recordemos que de la misma manera que Dios utilizó una pedagogía con el Pueblo de Israel, así también es necesario conocer la pedagogía divina para llegar a la Inmaculada.
El Buen Dios, en la persona del Verbo se encarnó y se hizo hombre. ¿Y cómo llegó al mundo? Por medio de una mujer. Dios quiso que una mujer participara en la encarnación del Verbo. Esa mujer tuvo que ser Inmaculada, puesto que Dios no podría haber hecho partícipe a una mujer llena de pecado para ser su Esposa. ¿O crees que la fuente purísima podría haber brotado de un caño repugnante de pecado? ¿La pureza pudo brotar de la podredumbre pecaminosa? ¿la fuente de agua viva pudo nacer de un lecho de inmundicias? Claro que no, por esta razón, la fuente, el comienzo, la Madre de Cristo, tenía que haber sido purísima por una gracia especial de prevención que el Padre le regaló a esta hermosa Mujer. Dios redimió preventivamente a María para hacerla Inmaculada, no pudo haber sido de otra manera. María no pudo no haber sido Inmaculada.
Entonces, si el Buen Dios decidió desposarse con esta Mujer (Esposa del Espíritu Santo), quiere decir que se iba a someter a una criatura. ¿Qué qué? Claro, Dios Encarnado, es decir, Jesús, se sometió obedientemente a su Madre. El que no pueden contener los cielos se hizo tan pequeño que cupo en el vientre de una mujer y cuando nació se hizo obediente a Ella. ¡Qué tan grande es la obediencia, que hasta el mismo Dios se sometió a ella por medio de una mujer! La Carta a los hebreos nos habla de que Jesús aprendió sufriendo a obedecer (c.f. Hb 5, 7-9) ¿y a quién fue a la primera que obedeció? A la Inmaculada, porque el mismo Dios actuó por medio de Ella, su divina Esposa, su Hija y su Madre.
Entonces, si el Buen Dios recurrió a la Inmaculada para ser educado (María le enseño a obedecer a Dios... ¡qué misterio tan grande!), ¿por qué no vamos a recurrir nosotros a Ella? Dios actuó de esta manera por una razón sencillísima: pedagogía divina. Nuestro Señor sabe bien que necesitamos figuras temporales para entender las realidades eternas. Es decir, Dios sabe que necesitamos corderos para entender su Sacrificio. Dios sabe que necesitamos frutos dulces y amargos para explicarnos su amor y la desgracia de no amarlo. Dios se vale de la sed y del agua para explicarnos lo que siente un alma alejada de Él. Por esta misma razón, Dios se ha valido de la Inmaculada para llevarnos a Él, porque bien sabe cuán grande es el amor que sentimos por nuestras madres terrenales y también conoce cuán necesaria es la figura de una madre para educar en la fe.
Ahora bien, ¿Por qué nos resistimos tanto? ¿Por qué somos tan reacios a acudir a la Inmaculada para llegar a Nuestro Señor? ¿Por qué somos tan soberbios? Dios actúa como quiere y donde quiere y cuando quiere, ¿por qué cuestionar sus designios? Yo, por mi parte, siguendo las enseñanzas de la Iglesia por medio de su Magisterio auténtico y escuchando el testimonio de los Santos (excelentes intérpretes de las Sagradas Escrituras) me voy con la Inmaculada. Yo escojo el Camino que escogió Cristo. Yo me voy por la misma senda de Nuestro Señor. Yo decido no tener miedo en amar y honrar locamente a la Inmaculada. Tedría que estar loco para no hacerlo, tendría que odiarme para no seguirla.
¿Pero no estoy endiosando a la Inmaculada? Claro que no, qué herejía tan grande es siquiera pensarlo. María es una simple criatura, la más pequeña de todas. Ella por sí misma no es nada, pero por participación Divina es más que cualquiera. Monfort dice que “María es por Gracia lo que Dios es por naturaleza”, ¿pero es esto verdad? Pues respondo con las palabras del Beato Juan Duns Scoto: “Potui, decuit, ergo fecit” (Dios pudo, quiso, entonces lo hizo). ¿Acaso no puede el Buen Dios hacer a María por gracia todo lo que Él quiera? Claro que sí, entonces no me extraña que el Creador del Universo haya coronado como Reina y Madre de Misericordia, dispensadora de todas las Gracias, Auxilio de los Cristianos, Refugio seguro de los Pecadores y tantos otros títulos magníficos a María, porque sabe que Ella arrancará de las garras del pecado a todos sus hijos confundidos.
Sin miedo digo: Gloria a la Inmaculada, porque entre más digo María, más perfectamente digo Jesús. Entre más digo Madre, más fácil digo Padre. Entre más le oro a mi Inmaculada más devoción siento por la Eucristía. Entre más acudo a mis Celestial Princesa, más me uno con el Buen Dios que la escogió como camino seguro de los pecadores, y como yo soy el más grande de ellos, entonces más seguro me siento acudiendo a la Inmaculada.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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