La obediencia
El tema de la obediencia es complicado. Todos hemos escuchado acerca de esta virtud y de su importancia. Es más, muchas personas se somenten a ella bien sea por cuestiones civiles o legales o por amor a Dios. Pero, vaya que es complicada. La obediencia es es la piedra de molino que está constantementre trillando la voluntad. A lo largo de estos últimos años he visto cómo se suspira por la obediencia y cómo se habla de ella constantemente, pero la verdad es que son verdaderamente pocos los que viven esta virtud de una manera auténtica.
Sobre la falsa obediencia:
Muchas veces queremos obedecer lo que nos conviene o lo que nos gusta obedecer. Qué fácil es obedecer aquello que queremos que nos manden o aquello que estamos dispuestos a hacer y no atenta contra nuestras ideas. Qué fácil es obedecer cuando el que te manda es una persona querida por ti, o cuándo la autoridad llega de aquella persona que admiras verdaderamente. Qué fácil es obedecer cuando te dan las razones por las cuales se tiene que hacer tal o cual cosa. Qué fácil es obedecer cuando te demuestran que aquello que tienes que hacer es la mejor manera de hacerlo. Pero ¿qué tan auténtica es esta obediencia? Es una obediencia imperfecta, si es que llega a ser obediencia y no más bien un vicio disfrazado de virtud.
Es facilísimo obedecerle al santo, al bueno, al que ora, al que nos cae bien, al que tenemos en nuestro corazón, pero qué complicado es obedecerle al que no nos cae bien, al que no es preparado, al que no tiene títulos o dones, al que nos manda algo diferente a lo que creemos, al que pensamos que es un pecador, al que nos “hace la guerra”, al que nos persigue, al que nos calumnia. Qué difícil es obedecerle al que atenta contra nuestros intereses o a aquel a quien simplemente no nos nace obedecerle.
Pensándolo bien, me doy cuenta de que el Buen Dios siempre encuentra estropeados sus planes por nuestra falta de obediencia y docilidad.
Sobre la verdadera obediencia:
Esta verdadera obediencia es movida por el sentido sobrenatural de las cosas. Sin la fe sería imposible practicar esta virtud, porque ella exige que a pesar de todo se vea la mano providentísima de Dios en aquella acción o cosa que tienes que poner en práctica por la obediencia. La auténtica obediencia no se fija en la forma, manera o conveniencia de las cosas que son mandadas. La auténtica obediencia no pregunta el “por qué”, no mira si hay mejores razones para no hacer las cosas o para hacerlas de una manera diferente. La auténtica obediencia no puede apelar a lo que “yo creo” o “yo considero”, sino que es ciega, es inmediata, es libre de uno mismo. La auténtica obediencia se basa en un acto grandísimo de fe que ve la voluntad de Dios en aquello que se pide por medio de ella. La auténtica obediencia es una obra de alabanza perfectísima al Señor y el reconocimiento de que el actúa como quiere, donde quiere y por medio de quien quiere. La obediencia auténtica glorifica más al Buen Dios que muchísimas horas de penitencia y ayuno, porque el ayuno lo hace cualquiera, y las discíplinas y mortificaciones las tienen incluso los deportistas, pero la obediencia cristiana es un acto heróico de fe en el Buen Dios y en su Divina Providencia.
Muchas veces he escuchado acerca de la obediencia ciega, pero no había podido comprender que es Dios quien verdaderamente actúa. ¿Acaso será Dios ciego? ¿acaso será Dios ajeno a lo que se nos pide que cumplamos por la obediencia? A veces se nos olvida que Dios Es, y que mis caminos no son sus caminos. La obediencia auténtica exige bajar la cabeza y actuar según el parecer de otro. La verdadera obediencia exige ver la mano de Dios en los superiores o en los que la ejercen auténticamente. La verdadera obediencia es un latigazo contra nuestra soberbia y prepotencia. ¿Cómo será de dura la auténtica obediencia que el mismo Cristo dijo al Padre, “si quieres aparta de mí este cáliz”.
Gracias Buen Dios porque nos has enseñado el valor de la auténtica obediencia. Gracias por el ejemplo de la Inmaculada y su confianza ciega. Gracias por corregirnos y purificarnos cual oro en el crisol.
“a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna” (Hb 5,7-9).
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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